miércoles, 8 de octubre de 2014

DUDA DIVINA


Con frecuencia he escuchado que un cristiano nunca debe estar triste, aduciendo textos como “estad siempre alegres” (1Tesalonicenses 5:16) o “al creyente todas las cosas le sirven para bien” (Romanos 8:28).
También he oído que en la fe de un verdadero cristiano no cabe ninguna duda, alegando textos como que “quien duda es como las olas del mar” (Santiago 1:5-8) y otros varios (Mateo 14:31; 21:21, Lucas 24:25).
Como resultado, he visto a personas anuladas emocional y espiritualmente por creer que siempre debían mostrar una sonrisa o que nunca debían compartir sus dudas, pues ¡¿qué buen cristiano hace eso?!

El otro día escribía que “una fe que nunca duda no es una fe fuerte, sino una fe muerta”. Voy a tratar de completar la idea.
Esta nota es para aquellos que en algún momento han dudado, dudan o dudarán. Ojalá te sirva, amig@. 
A aquellos que no albergan dudas en su fe tan sólo les digo, como Judas 1:22, que “tengan compasión de nosotros, los que dudamos”. 

DUDA DIVINA

Hay para quien fe y duda no funcionan en la misma ecuación; son incompatibles. No lo creo así. Creo que lo contrario de la fe no es la duda, sino la indiferencia o, dicho de otro modo, no buscar respuestas. 
Dudar es parte de nuestra naturaleza y una experiencia universal. En ocasiones el ser humano se encuentra en medio de no-saber, de cuestionarse, de vacilar, de titubear, de más temor y temblor que de pleno entendimiento y seguridad. Si de algo no dudo, es de que la fe no es un mar en calma.
Abraham creyó, pero su fe también se cuestionó (Génesis 15:8; 16:2).
Jacob vaciló entre confiar en Dios o temer a su hermano (Génesis 32).
Elías se asustó y quería morir (1Reyes 19:4). 
Job expresó sus dudas al Creador.
David y Salomón cantaron sus miedos y desconciertos.
Jeremías discutió con el Señor (12:1).
Habacuc y otros profetas también ponían en tela de juicio la voluntad de Dios.
El mayor de los profetas, Juan el Bautista, desde la cárcel mandó a sus discípulos preguntar a Jesús si realmente él era el Mesías que debían esperar (Mateo 11:3).
Discípulos y apóstoles huyeron, negaron y dudaron…
Hasta el propio Jesús (llamadme hereje), en la noche más oscura pidió: “si es posible, pase de mí esta copa” (he aquí el Jesús más humano); y llegó a decir en oración: “Padre, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?”; pero el Maestro reconoció: “no se haga mi voluntad sino la tuya” (he aquí el Jesús más divino). Jesús no dudó de su misión ni perdió la fe en el plan de salvación, pero sí experimentó angustia, separación y sintió la muerte.
¿Quiero argumentar con esto que la duda es un ejemplo y fundamento de vida? No. Pero entiendo que dudar es parte del proceso natural (o sobrenatural) de la fe. Sí, es verdad, a veces también puede ser parte de la incredulidad más peligrosa o la tentación; pero su origen dependerá del resultado final. Lo que te debe preocupar no es que dudes, sino qué vas a hacer con la duda: si te va a llevar a algún sitio o te vas a quedar paralizado, si aceptas el desafío de avanzar hasta las últimas consecuencias de tu fe o la vas a guardar en el baúl del cristiano que no se permite dudar (créeme, esta última opción te consumirá).

Me parece inconcebible acercarte a Dios y no cuestionarte ciertas cosas o preguntarte acerca de misterios insondables… Quizás algunos se acercan más a Él y tienen la sensación de que sus cuestiones se disipan. Pues bien, en ocasiones me pasa lo contrario, y no sé qué pensar. Ante su voluntad me quedo desconcertado. Más conozco y menos sé. Más me acerco y más misterios se abren a mi tímido paso. ¿Cómo no voy a dudar de aquello que no controlo y me sobrepasa si hasta llego a dudar de lo que cabe en la palma de mi mano y veo con mis propios ojos?
No concibo una fe que nunca se cuestiona a sí misma, que traga todo lo que le es echado o que se alimenta sin preguntar qué está comiendo. Tener fe no es aceptar todo como cierto, sino involucrarse en la idea de que Alguien está presente en tu presente, aunque a veces eso no se entienda. Fe no es contentamiento, es relación con una Persona y una realidad que me supera; y porque me supera, no siempre entiendo; y porque no siempre entiendo, en ocasiones dudo y me cuestiono. 

Al menos estas dudas indican que sigo vivo y que mi fe no es agua estancada sino que está en un viaje hacia algo que lo supera (como si desembocase en una gran cascada o en un enorme océano). No sé cuál será el final con total certeza, pero desde la fe y la duda sigo hacia adelante. Alguien decía que el acto de fe es un diálogo constante con la duda, y que la fe es una fuente de preguntas y combates antes de convertirse en una fuente de certeza y paz. ¿Quiere decir esto que por sistema debo dudar? ¿Que cambio la fe por la duda? ¿Que salto del barco y me tiro al mar? No. Pero un mar en calma no hace buenos marineros, y un mar que no se agita está muerto, y finalmente yo también lo estaré con él. 
Si tu fe está intacta desde que te encontraste con el Maestro, pregúntate si sigues remando con él en su barca o te has pasado (incluso sin darte cuenta) a un crucero por el Mediterráneo. 
Tan peligroso es construir tu vida sobre la duda como sobre una fe que nunca se interroga a sí misma. Si estás en la barca, quieras o no, te vas a mojar. El agua salpicará. Habrá momentos que no verás. O que escucharás el bramido de las olas más que a la voz del capitán. En algún momento de tu vida te vas a encontrar suspendido entre dos mundos. Como sobre un abismo. Y te vas a sentir en Tierra de Nadie. En Tierra de Duda. Pero no te quedes ahí. Jesús nos enseñó que “no buscamos nuestra voluntad, sino la de nuestro Padre”. Patriarcas, profetas y apóstoles nos han demostrado que aunque dudar puede formar parte del proceso, no debemos quedarnos ahí. Siempre hay más camino que recorrer, camino en el que no estamos solos. 
Pase lo que pase, sigue remando. No dejes de agitar los brazos. Camina. Grita. Llora. Haz lo que tengas que hacer, pero continúa buscando al Maestro, buscando la Luz, buscando la vida en Jesús. Convierte tu duda en divina; que ésta no sea el motivo de tu incredulidad, sino el trampolín para la fe de lo imposible.


Este no es un llamado a la duda. Es una invitación a evaluar tu fe. Crecer en ella. Empujar sus límites. Ampliar tu realidad. Seguir buscando. No quedarse quieto. Cuando sientas la duda, haz tuyo el grito de aquel padre que le rogó a Jesús: “no tengo fe, ayúdame a creer” (Marcos 9:24). Nos queda la esperanza de que hasta eso es suficiente para que Dios obre el milagro. 


lunes, 22 de septiembre de 2014

ABRAZA EL MISTERIO Y SIGUE CAMINANDO

Ayer comentaba con un amigo algunos pensamientos que me surgían a raíz de algo que me planteó; algo que no conseguía entender... Se podría titular ABRAZA EL MISTERIO Y SIGUE CAMINANDO. Lo comparto contigo 
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(...)
No sé, quizás te sirvan o quizás no, pero debes saber que cuentas conmigo para cualquier cosa. Cualquier duda. Cualquier momento. Bueno o malo.
Tengo la sensación de que a veces predicamos un cristianismo o un Jesús o un Dios que viene a ser como un producto más en el mercado de la felicidad. ¡¡Chan chan chan… con Jesús todo irá bien. Con Dios en tu vida no habrá incertidumbres, ni vacilaciones, ni titubeos!! Hemos convertido a Dios en otra pasta de dientes que te dará una sonrisa perfecta o en una cápsula anti-estrés que consultar con el farmacéutico. ¡¡El mercado ha conquistado lo que era divino…!! Hemos pasado de vivir el Evangelio a consumirlo. De buscarlo (a pesar de que a veces eso implique problemas) a comprarlo (que es más fácil y seguro).
Creo que la realidad debe ser otra… Por mi experiencia (y por lo que puedo leer a lo largo de toda la Biblia) en muchas ocasiones me acerco a Dios y no obtengo respuestas. Me aproximo todo lo que puedo al relato de la vida de Jesús y me faltan soluciones (y si las tengo en la teoría, no consigo aplicarlas en la práctica). Probablemente salvarte sea fácil, pero seguir a Jesús no lo es.
La Biblia es la Palabra de Dios en palabras de la gente. Son sus experiencias y cómo se han relacionado con Él. Veo a Job, o a Moisés en muchos momentos, o a Salomón especialmente en Eclesiastés, o a los profetas mayores y menores constantemente sacudidos por su realidad y sin tener claro hacia dónde ir o qué respuestas encontrar. Veo a los discípulos, a Pablo (¿dónde pensaría que estaba Dios cuando le pasó todo esto -2Corintios 11:16-28-?) y a todos los nuevos conversos en situaciones que ni de lejos son de anuncio televisivo… El propio Jesús advierte a sus discípulos y los bendice “cuando por mi causa la gente os insulte, os persiga y levante contra vosotros falso testimonio” (Mateo 5:11). En cada carta del Nuevo Testamento hay al menos un par de versículos que se refieren a las dificultades que el creyente se va a encontrar por, justamente, ser creyente. La persona que decide seguir a Jesús y abraza el Evangelio hasta sus últimas consecuencias no es una persona normal (¡pero para qué leñes vamos a querer ser normales!)… ¡Está como una cabra (o mejor como una oveja)!, porque se ha metido en una lucha que no es sólo “contra seres humanos, sino contra poderes, autoridades, potestades y fuerzas espirituales que dominan este mundo de tinieblas” (Efesios 6:12). Me gusta esa expresión que usa Pablo en la Carta a Filemón, cuando llama a un amigo “compañero de lucha”… ¿Lucha de qué? De a veces no saber. De en ocasiones no querer. De en momentos sentirte sin fe. Atribulado. Perplejo. Perseguido. Derribado.
Por eso creo que deberíamos abrazar el misterio y el “no lo sé”, aprender a convivir con la duda (pero con la duda que no se cansa de buscar respuestas, no con la duda que sólo duda), aceptar las dificultades de la vida, reconocer que aquí y ahora mi existencia no llegará a estar completamente llena de respuestas ni certezas. Por eso te propongo que le demos la vuelta al planteamiento tradicional (y de paso le demos una patada a cualquier propuesta de dios-producto o jesusito-muñecofeliz)… que cuando nos despertemos cada día lo vivamos aceptando que Dios no es una máquina tragaperras, ni el genio de la lámpara que viene a salvarnos el día; que admitamos que la vida es dura, a veces (muchas) hasta desgarradora y cortante; pero, al mismo tiempo, a pesar de la oscuridad que podamos vivir, no nos soltemos de la fe, ni de la esperanza, ni del amor de Aquel que nos ha prometido que pase lo que pase, lo entendamos o no, está con nosotros. Decía Martin Luther King que sólo en la oscuridad es posible ver las estrellas. Fe es dar el primer paso, aún cuando no ves el lugar donde pisar, porque “nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. (…) Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más. (…) Vivimos por fe, no por vista” (2Corintios 4 y 5. Léelos enteros, son espectaculares).
Este lío de vida no es fácil, pero por encima de las dificultades y sin saber muy bien qué, cómo, cuándo o dónde, merece la pena seguir, buscar, pelear, respirar, confiar, abrazar, sentir, compartir y no dejar de experimentar (aunque a veces no sea como uno espera) la locura del evangelio.
¡¿Quién dijo que el viaje no iba a ser movido?!