Seamos claros.
Basta de hablar del remanente encerrados en nuestra endogamia y etnocentrismo. Esa actitud de superioridad sobre otros grupos o culturas produce enanos espirituales cuyo narcisismo -«soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada...»- nos aleja de la realidad de la misión, del mundo y de nuestras propias necesidades -«...no te das cuenta de que el infeliz y miserable, el pobre, ciego y desnudo eres tú» (Apocalipsis 3:17)-.
La verdad doctrinal no nos hará entrar los primeros en el reino de Dios: «si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos» (Marcos 9:35).
Ese es el ejemplo de Cristo. Así es como él llegó a nosotros, así también nosotros debemos llegar hasta los demás.
Esa es la única superioridad de la propuesta cristiana frente a otras cosmovisiones: el servicio, la igualdad y el amor.
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