viernes, 8 de marzo de 2013

Sobre posmodernidad y comunidad cristiana


La solución no está en una huída a un trascendentalismo espiritualista que se diluye vagamente. Finalmente no llena nuestro vacío de sentido (aunque algo es algo). La necesidad de la iglesia es que ésta se llene de Cristo. Alguien decía que si “Dios es amor” y Jesús es el verbo hecho carne, entonces “Jesús es amar”. Eso le falta a la iglesia. Profunda decisión de amar a su prójimo. Hay un divorcio entre la experiencia vital que Cristo propone y la realidad eclesiástica que la sociedad vive y percibe. En el plano teórico todo está claro. En la vivencia diaria, aunque sea una lucha, no tanto. Si podemos sacar algo bueno de una de las características de la posmodernidad es la vuelta a una religiosidad íntima. Podemos preguntarnos, pero ¿¡qué tiene esto de bueno!? El hecho de que, de alguna forma, nos recuerda e invita a interiorizar a Cristo antes de externalizarlo. En muchas ocasiones la iglesia ha sido demostración exterior de algo que no poseía en su interior. Hemos afirmado ser cristianos cuando no hemos tenido a Cristo en el centro, ni hemos llevado una vida como tales. El “imperativo social” de vivir una religiosidad interior debe favorecer el encuentro personal con Cristo para luego, a través del amor y de la fuerza de ese encuentro diario, saltarnos cualquier “tendencia social” y compartir en comunidad un mensaje y, sobretodo, una vida plena que sea reconocida como sobrenatural: “los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús.” - Hechos 4:13
Entonces la iglesia tendrá sentido

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