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Decía un titular de ELPAÍS.COM: - La fatiga del éxito pasa factura a Obama
El 48% de los votantes estadounidenses reconoce que ha oído hablar "demasiado" del candidato demócrata. Obama ha pasado de pelear por la notoriedad frente a la mujer más famosa del mundo, a padecer una crisis de sobreexposición al público que puede hacerle aparecer arrogante. De la obamamanía se ha pasado a la obamafatiga. Tanto que McCain (el rival en la carrera electoral americana) llegó a compararlo en un anuncio con figuras del corazón como Paris Hilton o Britney Spears.-
Y no quiero hablar de política ni de Obama, pero mientras leía la noticia me acordaba de aquel hermano de iglesia que está en todos los lugares, en todos los momentos y con el micrófono siempre preparado para hablar. Ya sabes a lo que me refiero. Y es que hay un peligro en comunicar y no parar. Hay una regla básica, una máxima en las relaciones públicas que dice así: haz las cosas bien y hazlas saber. Esto se rompe cuando hablas demasiado porque dejas así de hacer las cosas bien. Lo cierto, y ahora me sincero contigo, hablo mucho; a veces demasiado y siempre me digo a mí mismo: “Samu, que por la boca muere el pez”. Me estoy diciendo algo así como… “tranquilo, no hables tanto que al final…”. Alguna cosa he aprendido en mi corta estancia en este mundo, y es que hay que ser comedido, buscar ese punto medio que tanto se nos escurre y se desvanece en nuestras intervenciones del día.
Dicen los investigadores que de media una persona escribe en una semana 500 páginas de un libro con lo que dice. En una vida, podemos hablar de 3000 volúmenes, aunque las mujeres unos pocos más (es broma, de verdad, no os enfadéis que lo digo con cariño). Pero algunos de nosotros nos pasamos y con creces. Hemos de darnos cuenta, y entiendo a la persona que está sentada y dice “ya está aquí otra vez…”, que de lo corto y bueno, dos veces bueno.
Hemos de tener control y saber no cansar. Para comunicar bien, esto es necesario. Hemos de reconocer cuando callar y escuchar. Aunque nuestra intención sea la mejor y nuestra disposición sea la correcta, hemos de saber ceder el turno y corregir nuestro fogoso espíritu.
Pedro, discípulo de Jesús, fue un ejemplo de ese “ya está aquí otra vez…”, pero Jesús trabajó con él como con un hermano, como lo que era; y trató a su impetuoso discípulo con paciencia y amor inteligente. Para esto, Jesús, es cómo no, el ejemplo. Siempre supo lo que decir, siempre supo cuando hacerlo, siempre supo el momento de guardar silencio y esperar su turno. Y tenía mucho que decir, el que más del mundo mundial; si alguien tuvo excusa para hablar y no parar era él. Pero... siempre supo comunicar bien.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo con Samu. Pero se me ocurre algo más:
Cuando veo en la iglesia al típico que siempre habla con el micrófono otra vez en la mano, también me pregunto: ¿¿SERÁ QUE NO HAY NADIE MÁS DISPUESTO A HACERLO??
No quiero generalizar, pero muchas veces nos quejamos de que siempre tienen los mismos cargos las mismas personas... Y lo que no sabemos es que años tras año se busca gente nueva que tome esa responsabilidad, pero nadie acepta por la razón que sea.
Por lo menos no tachemos de "pesado" a alguien si nosotros no estamos dispuestos a emplear nuestro tiempo libre en servir a los demás...
No, está bien Samu... Yo no considero que hables mucho, ni que escribas mucho (al menos si mas que yo en el blog je). Supongo que es por que se tiene algo que decir.
Aunque para cada cosa que hagamos estaria bien que nos apliquemos la regla de oro: SI LO BUENO, BREVE, DOS VECES BUENO. Y SI LO MALO, BREVE, NO TAN MALO.
:)
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